miércoles, 15 de julio de 2015

Poemas de Alfred de Musset

Alfred de Musset fue uno de los primeros poetas y dramaturgos del romanticismo francés. Nació en la ciudad de la luz, París en el año 1810. A los 19 años después de abandonar sus estudios de derecho, medicina, dibujo y piano se entregó a la carrera literaria, a los 20 ya era famoso entre los círculos literarios por su precoz talento poético pero también por su imagen de dandy mujeriego. Poco después se enamoraría de la escritora de seudónimo masculino, George Sand, con la que mantendría una breve relación pasional y conflictiva que marcaría sus vidas, relación que se vería reflejada en Confesiones de un hijo del siglo, una de sus mayores obras. Y es que Musset era un claro ejemplo de lo que se llamaba el mal del siglo, el desencanto de la juventud postnapoleónica, la desorientación de ésta ante un mundo que no es como el prometido y que se entrega a cualquier voluptuosidad para llenar un abismal vacío espiritual. De ahí que la prostitución, las noches orgiásticas, el demonio del alcohol, la evasión en lejanías, el amor perdido, la tristeza, la soledad, el embrujo hacia el suicidio sean los temas más recurrentes en la poesía de esta época y en este autor.  Alfred murió, tras un puñado de años negros, a los 46, en primavera, entregado a la desesperanza, en plena decadencia personal y literaria, casi olvidado por todos (al igual que lo fueron Poe y Baudelaire) cuando su vida fue un perfecto poema del romanticismo.




Amigo, nuestro padre es también tuyo.
No soy tu ángel guardián ni soy tampoco

el destino funesto de los hombres. 

Acerca de los que amo nunca sé

qué caminos sus pasos tomarán
En la esfera del barro que habitamos.
te diré que no soy dios ni demonio,
y que muy bien acabas de nombrarme
dirigiéndote a mi como a un hermano;
Donde tú vayas yo estaré presente
hasta el último día de tu vida,
y entonces estaré sobre tu tumba.
Tu corazón me lo ha confiado el cielo.
cuando sientas de nuevo este dolor,
sin inquietud acude siempre a mí,
que yo te seguiré por el camino,
Pero darte la mano no podré,
porque, amigo, yo soy la Soledad.




Impromptu. En respuesta a la pregunta: ¿Qué es la poesía?
Ahuyentar los recuerdos, fijar el pensamiento,
sobre un bello eje de oro mantenerlo oscilante,
inquieto e inseguro, mas sin embargo quedo,
acaso eternizar el sueño de un instante.
Amar lo puro y lo bello y buscar su armonía;
escuchar en el alma el eco del talento;
cantar, reír, llorar, solo, al azar, sin guía;
de un suspiro o una sonrisa, de una voz o mirada,
hacer obra exquisita, pletórica de gracia,
de una lágrima perla: esa es la pasión
del poeta en la tierra, su vida y su ambición.



Tristeza

He perdido mi fuerza y mi vida,
Y mis amigos y mi alegría;
He perdido hasta el orgullo
Que hacía creer en mi genio.
Cuando conocí la Verdad,
Creí que era una amiga;
Cuando la he comprendido y sentido,
Ya estaba asqueado de ella.
Y sin embargo ella es eterna,
Y aquellos que se han despreocupado de ella
En este bajo mundo lo han ignorado todo.
Dios habla, es necesario que se le responda.
El único bien que me queda en el mundo
Es haber llorado algunas veces.






















Acuérdate de mí cuando la aurora
abra el Sol el mágico palacio,
cuando la meditabunda, soñadora,
cruce la noche el silencioso espacio,
cuando al placer tu corazón palpite,
cuando la tarde a delirar te invite,
oye una voz que se dirige a ti
diciéndote a través del Océano:


¡Acuérdate de mí!



Acuérdate de mí cuando el destino

te haya para siempre para mi eclipsado,

cuando ya sienta el pobre peregrino
marchito el corazón desesperado,
piensa en mi amor, en nuestro adiós supremo,
que yo sé amar y serte fiel no temo,
y el pecho que una vez latió por ti
mientras palpite clamará doliente:



¡Acuérdate de mí!



Acuérdate de mí cuando ya inerte
mi destrozado corazón sucumba,
cuando la flor piadosa de la muerte
sonría sobre el mármol de mi tumba,
¡ay! ¡Ya no te veré! Pero mi alma
de la alta noche en la solemne calma
como una hermana fiel volverá a ti
y oirás que te murmura dulcemente:


¡Acuérdate de mí!

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